23 ene 2011

Estoy viejo, pero no me la aguanto.


Por Edgardo Peretti (52 largos, sin filtro)


Me debo estar poniendo viejo. Más allá del DNI lo siento en miles de pequeñas/grandes cosas.

Veo un anciano que sale de su casa y saca basura de todo tipo el día que no le corresponde. Viste bermudas; hace treinta y cinco años rogaba que se meta preso a quienes incurrían en el mismo desacato. “No es una ciudad balnearia – aseguraba-; hay que poner recato”.

Su vecina baldea la vereda a toda manguera. Claro, no tiene medidor y la bomba ilegal que alimenta su red funciona a full. “Qué vergüenza”, expresa mientras salpica a una motociclista que pasa con tres chicos a bordo de su vehículo, sin cascos y mandando mensajes desde el celu.

La motociclista la ignora y debe frenar de golpe ante la aparición de un ciclista en contramano que baja desde la vereda, huyendo de un doberman furioso cuyo propietario pasea muy orondo sin correa, sin bozal y – seguro- sin papeles que identifiquen al can como PPP (Perro Potencialmente Peligroso), en realidad el invento más patético en la historia de la ciudad, pero, así es la democracia.

El ciclista sigue adelante y cuestiona el histórico adoquinado, que de tan histórico ya es viejo, que le pone el asiento en los riñones, aunque con escalas previas. En el mismo periplo, se topa con un camionero que viene con acoplado y 30 toneladas de carga en pleno día y sin permisos adecuados.

El camionero bufa, se queja del país, de los jugadores del 9 que no le ganan a nadie y, en represalia, pasa tres semáforos en rojo.

La cuestión es observada por el rentista que viene de hacer un ahorro a término en la mutual, mientras lee de garrón el diario en La Gloria/356/Cyrano o Sirocco y enerva su espíritu patriótico al mandar a la escuela al pibe que le pide una moneda. En ese mismo sentido educativo, le niega la limosna (“Después, seguro que compran droga!!!”, dice) y observa con terror como en esa tarde de domingo 15.388 jóvenes, niños y adultos toman mate, orinan, gritan y ponen música a mil en los canteros de la plaza pública, mientras se quejan de la cerveza y su precio y hostigan a la nona que pasea con su perro – que, para estar a tono, deja regalos por toda el predio- mientras cuestiona a esta invasión de gente de color y memora que “los militares esto no pasaba”. Y tiene razón, tanta que para evitar que los invasores destruyan todo, se carga cuatro plantines de flores en la bolsa…
Y la vida sigue. Ante tanto escenario de hipocresía de todos los colores, miro al tipo que todos los lunes limpia la plaza, pone los plantines y riega los que quedan. Está feliz. Se sonríe y conversa con las plantas, animándoles a seguir perdonando al hombre.

El humilde laburante, que debe ganar dos pesos con cincuenta me da una gran lección de vida al cuidar lo que es de todos.

Hay muchas cosas mejores que los seres humanos. Especialmente cuando estos son egoístas, tristes, amargos y mentirosos.

La vida es demasiado bella para gastarla en estas tonterías.

Igual, creo que me estoy poniendo viejo porque, algunas actitudes, ya no las aguanto.


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